Michele Baron | Artista contemporáneo: Obras & Biografía

Nacida en 1952 en Ferryville, una pequeña ciudad industrial del norte de Túnez, Michele se trasladó a Francia a los 8 años. Ya dibujaba en un cuaderno que llevaba al colegio y daba vida a un pequeño personaje, muy parecido a un dibujo animado. Dotada de una vívida imaginación, decidió asistir a clases de dibujo, pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes de Lyon y luego comenzó su formación como estilista en la Escuela de Artes Aplicadas Duperre de París. Sus diplomas le abrieron las puertas de los estudios de la Rue Royale de Lyon, donde trabajó como diseñadora gráfica en diseño textil, pintura sobre seda y "pintura a mano". Después pasó dos años en Marruecos para aprender a hacer alfombras. A su regreso a Francia, se instaló en Lyon, donde trabajó durante más de 20 años en la edición infantil. Su pasión por la pintura nunca la abandonó y, para su deleite, Michele trabajaría desde entonces sólo en su pintura. Sus cuadros son pequeños trozos de vida en los que el cuerpo, el desnudo y el retrato siguen ocupando un lugar central. "¡La vida! Es la mayor colección de ideas del planeta", dice. Los rostros y las siluetas en movimiento fascinan a la artista. Le encanta captar la energía y traducir las emociones en poesía. Prefiriendo los colores a las palabras, Michele nos cuenta historias llenas de vida, que representan su felicidad, sus conflictos, su infancia exiliada o su alegría por ser mujer. Las mujeres son el tema favorito de la artista: le gusta defenderlas, representando y reflejando la ambivalencia de su feminidad, entre la fuerza y la fragilidad. Alegre, enfadada, desagradable, feroz y orgullosa, Michele pinta a la mujer en todas sus formas, de forma exuberante y atrevida, llena a la vez de sabiduría y humor. Busca ante todo provocar una reacción en el espectador. Su pintura nos conmueve y nos emociona, a veces nos choca y nos empuja a cambiar de perspectiva y a ampliar nuestros horizontes. Detrás de la frescura y ligereza de sus obras se esconde un trabajo minucioso. La artista crea un boceto con trazos espontáneos delante de un modelo vivo y luego organiza y equilibra su composición en acrílico cuando regresa a su estudio. Así, el lienzo entra en movimiento: las líneas de carboncillo dan vida a los personajes y el color los anima, regalándonos una cura mágica contra la tristeza.